martes, 21 de septiembre de 2010
Canal de Corinto
14/9/2010
Juanjo ha decidido asumir la responsabilidad en cuanto a la documentación grafica del histórico paso del Alysio por el canal y así, se bajará antes de cruzar buscando algún puente desde el que hacer la imprescindible foto, tan al uso, del Alysio en este notable entorno (Los puentes están atestados de turistas en actitud nipona a la búsqueda de la instantánea adecuada para cada evolución de los navíos que por allí pasan) Joseba le explica con la exquisita sutileza de que es acreedor que eso le parece una solemne chorrada y ahí queda la cosa. Entre la chusma las apuestas quedan cuatro a uno a favor del capi.
Pasamos la mayor parte del día navegando rumbo al canal y ya con las últimas luces del día, naturalmente, fondeamos frente a una refinería cercana. Entorno exótico donde los haya, cuando uno esta un poco harto ya de tanta cala bucólica. El capitán parece que se va a llevar el gato al agua pues Juanjo tan solo ha comenzado a hacer el petate y ya estamos preparando la cena.
15/9/2010
Madrugamos, no sea haya mucho lio de barcos para cruzar. No en vano pasamos la noche preocupados, pues entreveíamos un montón de veleros frente al punto donde estábamos fondeados y pensábamos si estarían haciendo cola para cruzar. Con la luz del amanecer dejamos de discernir y lo que había en frente resultó ser un varadero, tan al uso en Grecia, que os voy a contar. Juanjo, definitivamente, cruza el canal con nosotros.
En llegando a la torre de control nos encontramos con un hombre desde lo alto, lo menos 6 litros de pulmón impulsando verborrea de carácter imperativo en un idioma ininteligible mientras gesticula. “Oye, ¿Qué le pasa a este tipo...?” Gracias a Dios, en realidad, el asunto no requería de la máxima destreza interpretativa: “Corre y haz los papeles a la carrera que sale un convoy al tiro y hay que abreviar el tramite.” Así, la oficialidad del Alysio al puesto de control y vuelta abordo y soltad amarras que zarpamos de inmediato.
A nuestra proa navegaba un remolcador y ese era todo el convoy. Una vez cruzamos la pintoresca barrera de acceso sumergida esta se elevo y los peatones pudieron volver a circular mientras nosotros éramos flanqueados por sendas paredes de roca por las que el Alysio transitaba con quien sabe si un poco de claustrofobia tras el remolcador, que parecía querer demarrar ya desde el momento de la salida.
Nosotros, disfrutando ante semejante exhibición de ingeniería, presuntamente dinamitera, no podíamos sino optar por el deleite y así, como quien no quiere la cosa, bajar la marcha. Mientras algunos hacíamos conjeturas respecto a la cantidad de esclavos que pudiera haber necesitado Nerón para afrontar tamaña empresa, Juanjo miraba hacia los puentes con nostalgia, puentes sobre los que se amontonaban los turistas, turistas a los que saludamos haciendo gestos enormes para identificarnos como mediterráneos y además, majos... Que con esta gente de los balandros nunca se sabe.
Y así cruzamos el canal, imaginando enormes buques del año catapum cruzándolo propulsados mediante sirgas, dado que a ambos lados se entreveían, donde no habían sido derruidas, sendas pasarelas. El remolcador, que nos había sacado ya sus buenas 20 o 25 esloras, una vez cruzada la pintoresca barrera de salida con paso para vehículos que hacían tremenda cola mientras nosotros disfrutábamos del paisaje a una velocidad próxima a la mínima de gobierno, se fue, ahora si, a toda pastilla a buscar a tremendo crucero de no menos de 30 o 40 metros (de francobordo) que avanzaba como si no le diera miedo meter semejante coloso en sitio tan estrecho, cosa que, por cierto, nos dejó bastante pasmados. De hecho, por allí anduvimos merodeando para ver si nos quedábamos a ver la maniobra de entrada, imaginando que los pasajeros del crucero solo tendrían que alargar la mano por aquí o por allá, para llevarse una piedrecilla de recuerdo del canal de Corinto.
Allí, frente a la salida del canal se encuentra la ciudad homónima, y allí, al lado del puerto comercial se encuentra el puerto deportivo en el que hicimos la típica maniobra de aproximación y despiste a que nuestro bien amado comandante es tan aficionado para cotillear los barcos amarrados, supongo y finalmente fondeamos frente al puerto (La mar estaba bastante calma), donde tomaríamos el piscolabis de rigor. Todavía de buena mañana y ya habíamos cruzado.
Este puerto era, en todo caso, el punto donde debía desembarcar nuestro querido táctico y director de logística, Juanjo. Ya aproximándonos al muelle era claramente apreciable en el perímetro un buscavidas, que, corriendo por la banda y haciendo aspavientos a lo que nosotros parecíamos suponer, debía ser una visión espectral que se encontraba exactamente en nuestra ubicación, tal era nuestra indiferencia ante su gesticulosa premura.
Por mas prisa que se intentara dar el capi en la aproximación, el tipo resulta ser rápido en el sprint final y ahí que no nos queda otra que lanzarle el cabo, eso si, sin dejar de ignorarle y como mirando para otro lado. El equipo de engrasadores que salta a tierra para fijar bien las amarras dado que el tipo resultó ser marroquí, que no griego. Me explico; Lo que se sabe de un griego, por mas ruin que haya podido ser la vida con él, es que sabe como fijar una amarra, cosa que no tiene por que verificarse en un marroquí. Marroquí que en todo caso andaba de aquí para allá cuan poseso pidiendo más y más cabos con los que seguir amarrando el barco o cualquier otra cosa. Tal era su disposición.
En esto que, de un lado para otro como andaba, se le cae la chancleta al agua. Hasta ahí todo bien, Javi pide un bichero y las chancletas flotan. Claro que ante nuestra aparente calma, el hombre no las tenia todas consigo y así, no tuvo mas feliz idea que la de saltar al agua entre el barco y el muelle en busca de la maldita tanaca. (Esta es una diferencia, ahora si, fundamental, entre un marroquí y un griego) Y bueno, para que os voy a explicar, la tripulación disponible, en modo pre-ataque de nervios, unos a separar el barco del muelle y otros a sacarlo del agua y Joseba que lo agarra por un brazo, Javier por el otro (Cuando el marroquí, chancleta en mano, se dejó, que tampoco te vayas a pensar que las tenia todas consigo), izándolo hasta el muelle. Supongo que lo razonable sería haberle abroncado, por su propia seguridad y todo ese rollo, pero viéndolo allí todo mojado, que le vas a decir.
Pasado el susto, Javi se acerca a él y le da un euro a modo de propina por la confusión causada en la maniobra de atraque y la simulación de una emergencia, que siempre ayuda a medir y ejercitar el tono muscular de la tripulación en su conjunto. El marroquino que, con gestos patentes, le da a entender que eso no es suficiente, que la carrerita que se ha pegado desde que ha visto el barco, el esfuerzo sobrehumano de recoger una amarra y casi acertar a meterla por la anilla, además del baño que le había tocado pegarse, acaso pensaría el hombre si solo le había faltado darse un paseo en bici para poder decir que había completado un triatlón a nuestra costa y eso requería mucho mayores emolumentos... Y ahí que jugamos un ratito a la impasividad, él mirándonos fijo desde el muelle y nosotros haciéndonos los suecos en la bañera.
Finalmente la tecnología africana termino por imponerse frente a los caducos métodos del viejo continente y el marroquino se metió al bolsillo sus buenos 2,40 euros, ante la perspectiva de tenerlo allí plantado mas tiempo del que nuestro sistema nervioso fuera capaz de resistir, pese a que nosotros disponíamos de sombra y cerveza y él estaba solo, mojado, probablemente sediento y a pleno sol.
Dejamos a Juanjo, con los consabidos abrazos y parabienes y partimos rápido, con rumbo oeste, que anuncian mal tiempo y es de cara, a ver si se nos va a complicar el día.
Como es natural (No tengo un conocimiento profundo de la naturaleza, aludo simplemente como natural a algo que se produce todos los días), es ya apurando las ultimas luces del casi extinto día que llegamos a una cala que nos aparece calmada y bucólica si bien, el capitán, tras las n vueltas de rigor al perímetro, en esa actitud tan característica con la que examina cada presunto punto de fondeo, la de un halcón peregrino a la búsqueda exacta de la rama idónea en que ubicar el nido, dictamina que el lugar no es apropiado y que si no queremos echar un cabo desde la popa a tierra nos vamos, que es el modo sutil en que nuestro bien amado comandante nos hace participes del mensaje manifiesto: “Par de pringados, ya estáis inflando el dingui para tirar una amarra a tierra y como os equivoquéis con el as de guía os paso por debajo de la quilla”. Así que fondeamos echando el mencionado cabo en Anemokambi. Bonita cala por lo demás.
Ignacio.
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