Entrando al puerto de Psara
Aquí
nos encontramos ahora en el puertito de Psara, frente a la isla de Kios. Ya ha
habido chupitos de ron y Ouzo y la gente se ha recogido a sus respectivos
aposentos. Ha sido un día largo de navegación de 8 horas con olas de través que
provocaban, al menos en mí, una sensación próxima al malestar. Lo hemos
superado y finalmente nadie ha caído. Los delfines nos hicieron una visita.
Comida rápida en movimiento con Ajoblanco (mi especialidad) como único alimento
(el meneo no pedía mucho más que eso),
Viento,
mucho viento, durante la navegación, todo el tiempo a vela, y también durante
la noche. Ahora mismo el viento azota y aunque se puede dormir yo, en mi
camarote de proa, escucho el golpear de la cadena que a veces me hace despertar
pero que otras veces me adormece. Nada fuera de lo normal.
En
Mytilene (isla de Lesbos), hubo cambio de tripulación y todos juntos cenamos en
el pueblo – acogida y despedida -. Se sigue comprobando que, comamos lo que
comamos y seamos los que seamos, el patrón es el mismo: 10 € per capita.
Almazara cerca de Skala Loutra
Después
nos hemos movido rodeando la isla de Lesbos. Hemos pasado por el pueblo cuna de
la poetisa que dio renombre a esta isla por su canto a la belleza de sus
mujeres. Parece que este pueblo se ha convertido en lugar de peregrinación y acogimiento
de muchas de las que, muchos siglos después, se las dio el nombre de lesbianas.
Hemos
parado en algún pueblo que otro y a las únicas lesbianas (porque eran de aquí,
no por otra cosa) que yo he visto fue a dos señoras, todas vestidas de negro,
que limpiaban y adornaban las tumbas en un cementerio de, supongo yo, sus
respectivos.
En el puerto de Sigri
El
primer día de navegación un tripulante (no citaré nombres por el tema de la
seguridad y confidencialidad de datos) comenzó a sentirse mal. Fiebroso y
cariacontecido pasaba las horas dormitando y somnoliento. El segundo día el
tema se aceleró y aunque él aseguraba que era un problema de garganta, el resto
de la tripulación nos preguntábamos si aquello no podría ser algún tipo de
infección contagiosa que hubiese cogido al llegar a estas tierras. Tanto fue
así que, en algún momento, algunos se
preguntaron si no sería recomendable, por el bien del resto de la tripulación
evidentemente, el aislarle en la cubierta de proa bien guarecido por la gomona
que allí se encontraba. Si bien alguien sugirió que dada la cantidad de islotes
por los que atravesábamos, no sería mejor idea el “alojarle” en alguna de
aquellas islas, bien provisto, eso sí, de las correspondientes provisiones y
sombrilla – que no teníamos – o chamizo preparado con plásticos, a modo de
lazareto, de tal forma que en algunos días alguna embarcación que pasase por
allí pudiera recogerle y expatriarle. Aquellas discusiones fueron mano de santo
porque desde que, con ojos asombrados nos escuchaba, al susodicho enfermo
se le fue cambiando la color y su mejora fue en aumento, por lo que en algún
momento alguien pensó que, o bien aquello había sido simulado para únicamente
llamar la atención del resto – fruto de algún trauma infantil probablemente -,
o bien quería evadirse de las obligaciones que, como miembro de la tripulación,
se conlleva (ya todos sabéis…)
También
ocurrió que otro miembro de la tripu, esta vez fémina, rodó escaleras abajo
golpeándose en la cabeza, por lo que, en decisión de urgencia por parte del
capitán – tan decisivo siempre – se decidió habilitar la zona de salón y
cocina, como de “hospitalillo” de emergencia con las correspondientes unidades
de infecciosos y trauma.
El infeccioso tomando vahos
Bueno,
afortunadamente esta situación no duró mucho. El trauma se recuperó pronto y el
“infeccioso” a medida que nos aproximábamos a los islotes-lazareto, fue
mejorando ostensiblemente – que no, que no, decía, que ya me encuentro
mucho mejor -. En la actualidad la situación está controlada, si bien
al “infeccioso” le obligamos a cenar siempre a sotavento, al objeto de que las
emisiones que lanza con sus toses no golpeen a ningún otro miembro de la
tripulación. Tripulación que, a pesar de estos incidentes, ha salida reforzada
en sus características de solidaridad y comprensión entre todos sus miembros,
como bien habréis podido comprobar con mi relato.
Por cierto, para el examen parcial de navegación de mañana y dado que el
infeccioso ha perdido las correspondientes clases, a éste se le ha obligado a
contratar a un profesor privado como refuerzo, porque el de la “pública” (el
capi) se ha negado a repetirlas, que bastante tiene ya con la bajada de sueldo
y el aumento de horas de dedicación. ¡Faltaría más!
Ángel
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