O Alysio, como
dice Joseba. Buena señal el nombre para una hija adoptiva de las islas en las
que estos vientos soplan, como yo. Y necesitada de buenas señales iba, porque
saber, saber…poco sabía de cómo sería el viaje. Y apenas había navegado, nunca
de esa manera. Había decidido lanzarme a la aventura, dejarme llevar.
E hice bien.
Pisamos tierra griega en el aeropuerto de Atenas y tras unas horas de autobús
local, hice parada en Delfos. Allí me sorprendieron el sonido de las cigarras y
el olor intenso de los pinos. Las ruinas son bonitas, sobre todo por su enclave
con vistas a los montes y al mar…pero ninguna mención al oráculo. Sí al dios
Apolo por quien fueron levantadas estas piedras.
Esperando otro bus
local conocí a Begoña y a Ana, con quienes bajé hasta Itea, donde nos esperaban
el barco y el resto de la tripulación: el capi Joseba, Amaia y Juanjo.
Decidimos comer en el puerto. Había cierta alarma por si era vegetariana (¿?).
No me apresuré a desmentirlo pidiendo mi primera ensalada griega en lugar de
kebab de cordero.
Y ahí empezó la
travesía. Tardé en acostumbrarme a que el suelo se moviera y a esa “falta de
estabilidad” que dan las olas y el viento. Pero gracias a la amabilidad del
resto de los tripulantes, que seguro estaban más preocupados que yo de cómo me
fuera a sentar, pude disfrutar del aire y el mar tumbada en cubierta.
Navegamos por el
golfo de Corinto rumbo al Jónico. Al caer la noche llegamos a un pequeño puerto
en el que atracamos, en la isla de Trizonia. Había unas pocas casas blancas con
contraventanas de color, una iglesia y varios chiringuitos junto al mar, de
ambiente marinero y sencillo. Poca luz, amarilla, todo me recordaba a la
película de Mamma Mía, rodada en una de las islas del Egeo. Quizá también el
cansancio del viaje y la falta de sueño, la sensación era de irrealidad, de
fantasía, de desubicación. Y junto al mar cenamos. Sardinas, calamares, queso
frito… Todo delicioso. Y descubrí que las infusiones para acabar la cena en
Grecia no se llevan. La respuesta a mi petición de una camomille fue:
caliente????? Pero me encanta la sandía, postre griego por excelencia, al menos
en verano.
La primera noche
durmiendo mecida por las olas del mar fue otra nueva y bonita experiencia. Se descansa
fenomenal, a pesar de la falta de espacio en el camarote.
A la mañana
siguiente paramos en Lepanto, con su bonito puerto y sus murallas. Bajamos en
gomona hasta la playa, donde la gente tomaba el sol y se bañaba. Yo me sentía
como “de los invasores”, pero nadie pareció extrañarse de que desembarcáramos
entre toallas y dejáramos allá la gomona para caminar por el pueblo! Calles
estrechas y restaurantes con vistas al mar, buganvillas…La gente muy amable.
Volvimos nadando, gracias a que Juanjo se prestó a remar hasta el barco con
todas nuestras pertenencias.
Todo lo que narro
para mí resultaba ¡una aventura continua! Era todo novedoso, divertido.
También continuar
travesía y las maniobras: velas, cabos, nudos…Yo no tenía ni idea, así que me
prestaba a tirar de cuerda, para lo que no se necesita mucha ciencia.
Y navegar sólo
contemplando el mar, azul oscuro, escuchando sus sonidos, las olas, el viento,
las velas, sintiendo la caricia de la brisa en el cuerpo…es completo, total.
Vimos el canal de
Patrás y su puente.
Por la tarde
entramos en un puerto con casas al borde del agua, con embarcaderos en la
puerta y mucha vida en la orilla: los niños jugando, la gente reunida
charlando, preparando la cena. Allí fondeamos y, aunque el agua era más turbia,
como de marisma, salió a saludarnos una tortuga y nos hizo compañía durante
unas horas.
O fue aquélla la
noche en que fondeamos en una cala paradisíaca de Itaca? Una de tantas otras
noches que me esperaban? Aguas transparentes, verde-azuladas, en las que nos
zambullimos desnudos. Temperatura ideal. Luces rosas del atardecer. Verdor en
la tierra cercana, desde la que nos llegaba el canto de las cigarras. Noche sin
luna sembrada de estrellas. Gin-tonic. Buena compañía. Buena cena. Estrellas
fugaces. Deseos? Yo ya no pido, pero que sean. Sueño mecidos por las olas. Qué
es la vida? Qué la buena vida sino ésto? Tras mi segunda y tercera jornadas
marineras sabía que había hecho bien en ir.
Creo que fue al
día siguiente cuando nos encontramos con un barco amigo, valenciano, el Nan.
Con Vicente, Lourdes y Toni y los hijos de estos últimos: Angela y Lucas. Y la
algarabía, la energía y la alegría de la juventud muy joven! Acabó la paz!
Esos días
navegamos acompañados de delfines. Unos seis u ocho, en grupos más pequeños. Me
encantó verlos asomar su aleta dorsal y esconderla, saltar, emerger y volver a
sumergirse en una bonita coreografía. Paramos en una calita preciosa a darnos
un baño y comer mientras los contemplábamos. También vimos Skorpio, y nos
bañamos en sus aguas, espiados por los ojos vigilantes de la seguridad de la
isla. Es preciosa, parece un juguete. Verdísima, con una perfecta combinación
de matorral bajo, árboles de copas redondas y cipreses moteados alzándose
verticalmente desafiando la gravedad.
Y las cigarras
cantando. Allí donde nos acercábamos a tierra nos re-encontrábamos con su
sonido.
Llegamos a la isla
de Lefkada, a Vliho, donde paramos para realizar una consulta mecánica. Es el
puerto en el que descansa el Alisio tras la larga temporada de navegación. Allí
vive también su mecánico, Takis. Conocerlo resultó toda una experiencia.
Estábamos atracando en su sitio, delante de su oficina, por decisión del
capitán, Joseba, tanto nuestro barco como el Nan, cuando aparece una figura
menuda, con manos y pies gigantes, pelo largo cano recogido en coleta, piel
tiznada por el sol…Fuerza bruta…Sin hablar, haciendo ademanes para que no
atracáramos allí sino donde él indicaba, con evidente malestar. El resto era
silencio y quietud…Las personas ni pestañeamos. El viento no soplaba y no creo
que hubiera ni olas…Respeto. Pedazo de griego! Qué personaje! Tras la corta
maniobra, abreviada por su pericia y la formalidad con la que respondimos,
derechito subió al barco. Silencioso, mirada al frente, nada/nadie a su
izquierda; nada/nadie a su derecha, sin distracciones ni entretenimientos,
derechito al capitán. Duelo de titanes/lobos de mar: Takis el griego/Joseba
Iparaguirre. Suerte que necesitaban intérprete, Juanjo, que en una lengua que
no era la materna de ninguno, el inglés, se hacía entender. Y suerte que yo
estaba allí y, aunque nadie me hacía caso, tampoco parecía molestar, así que me
quedé a contemplar al griego de cerca y a escuchar el diálogo mediado: El
griego que si comprar inversor nuevo, imposible sólo pieza porque vienen en
paquete y ha cambiado la casa que las fabrica y son más grandes; el bilbaíno de
valencia que nada de cambiar el inversor y gastar ese pastón, que en Valencia
conoce gente que le hace el apaño. Y tras palabras para aquí y para allá se
acuerda que, de todas formas, el griego mirará el motor y dará su veredicto. La
escena repetida: nada/nadie a la derecha; nada/nadie a la izquierda, derechito
el griego va al motor. Tras unos minutos ¡aparece con una sonrisa! Definitivamente,
a mí este griego me gusta! El veredicto es favorable, el inversor necesita un
ajuste pero aguantará. Se cierran la reparación y el duelo con cerveza. Cerveza
que toman los dos gigantes no sabemos cómo ni dónde porque eso también es cosa
de ellos. Total, los de la izquierda y derecha tampoco estábamos antes,
existíamos? Genial, me encanta este griego.
Y también la
recuperada experiencia del agua dulce sin límite para la ducha, al estar
conectados a la de ¡Takis!
La cena en una
localidad cercana fue otra vivencia griega muy interesante: una carnicería en
la que elegir lo que quieres comer, una parrilla llena de carne de distintos
tipos, y montones de mesas, grandes, llenas de griegos, en familia, esperando
para cenar. Y más que esperamos nosotros! Porque dan prioridad a los locales.
Me gustó mezclarme con los del lugar y observarlos: hombres y mujeres aparte.
Muchas de ellas con vestidos largos y llamativos. Ellos con ese montón de pelo
que nace en mitad de la frente, que se estrecha. Y esa pose, esa altivez. Y son
super amables, pero tienen una forma de hablar también algo seca, orgullosa.
Estos son lugares
a los que no llega un turista, bonitos rincones que descubrí con los
tripulantes del Alisio.
A la mañana
siguiente nos despedimos de Begoña y Ana, que volvían a España. Y disfrutamos
de una mañana novedosa, a pesar de su cotidianidad. Desayunamos café frapé y
bollería local en una “bakery”, limpiamos el barco, compramos comida y bebida e
hicimos colada en el puerto. El lugar tampoco tenía desperdicio: chatarrería de
barcos donde estaban los cascos fuera de su húmedo elemento, algunos en proceso
de reparación o de pintura, otros totalmente abandonados. Y un lodge: elevado a
unos dos metros del suelo un barco transformado en la vivienda de unos ingleses,
con la “piscina” habilitada como sala chill-out ibicenca, con mosquitera y
montones de cojines para tumbarse en ellos y contemplar atardeceres. Estupendo.
En realidad, para vivir e, incluso para ser felices, necesitamos mucho menos de
lo que pensamos.
En la misma
chatarrería encontramos un baño, ducha, y una habitación con 2 lavadoras a
fichas. La llave: debajo de un ladrillo. Un clásico. Y, subiendo las escaleras,
la solana: un espacio con columnas de cemento, como pendiente de ser terminado,
con alambres extendidos entre las columnas a modo de tendedero. Por eso hacer
la colada fue tan nuevo e interesante para mí, que ya llevo unas cuantas!
Ahora, tender y recoger lo tendido con el solajero calentándote la cabeza era
una tortura. Y es que en Grecia en agosto sólo se está a gusto navegando y en
el agua!
Así que por la
tarde volvimos a navegar, a desplegar velas, a escuchar las olas, el viento, a
sentir la brisa y el agua en la piel…a seguir regocijando los sentidos.
Contentos con el motor como nuevo, la despensa llena y también el depósito de
agua, y la promesa de ducha dulce diaria…un lujazo.
Seguimos la
navegación rodeando Itaca, parando en sus calas a nadar, hacer snorkel, o bajar
a tierra para ver diversos pueblos.
Otro atractivo de
la travesía: las paradas. Llegbáamos a algún lugar, baño. Desnudos. Al mediodía
cervecita o clara, con patatas fritas. Comidita. Preparada por Amaia con mucho
cariño, excepcional cocinera. Al atardecer gin-tonic. Y baño de agua y
estrellas. O de luna. Y el silencio interrumpido sólo por el oleaje y, a veces,
por las cigarras. Uno se acostumbra rápido a estos pequeños placeres que viajar
en el Alisio lleva consigo.
Lo cierto es que
se mezclan los días y los lugares. Una noche nos despedimos del Nan, que volvía
a Valencia, y fuimos hacia Zakynthos a recoger a nuestros nuevos tripulantes.
Larga travesía de tarde para llegar a las cuevas de Zakynthos al atardecer,
fabulosas.
Paredes de piedra clara, con grandes agujeros en los que se
introducía el mar azul turquesa. Fondeamos junto a una pared, en compañía de
dos grandes barcos italianos, uno a cada lado. O el de estribor era inglés? La
velada fue tranquila, estábamos solos los cuatro, y cotilleamos las vidas de
nuestros vecinos. Un poco, mero entretenimiento. El barco de babor tenía una
biblioteca impresionante que fue la envidia de nuestro capitán. La noche espléndida.
La quietud, la pared de piedra reflejando la luz de las estrellas, el mar
también de espejo. Nos fuimos a dormir con la promesa de un baño matutino en
las cuevas. Pero a la una de la madrugada el mar nos despertó. Agitado,
enfadado. Ni pizca de viento. El Alisio subía y bajaba con la fuerza de las
olas, acercándose y alejándose de la pared de piedra que ahora resultaba
amenazante. Los barcos vecinos ya recogiendo los cabos a tierra para salir, y
el ancla. Nosotros preparados para maniobra. Y el capi al timón. Y el motor no
arranca. Y baja a probar el arranque de emergencia. Y tampoco arranca. Los
vecinos, que ya no parecen vecinos sino ajenos desconocidos, se alejan y nos
dejan a nuestra suerte. Sorpresa! Yo creí que existía de veras lo de la
solidaridad entre la gente del mar! Al final no sé cómo el motor despertó y
salimos de allí. Decisión del capi: navegar de noche haciendo guardias y nueva
visita a Takis. Y recoger allí a nuestros nuevos compañeros.
Me tocó la guardia
de la mañana, a partir de las 6, con Juanjo, ventajas de ser novata! Y, como no
hay mal que por bien no venga, pudimos contemplar un bonito amanecer, con la
isla de Atokos emergiendo del agua rodeada de luz rosada.
De nuevo en casa Takis,
cansados, la jornada resultó similar: compra-colada-agua dulce. Comida en la
tabernuqui: sardinas, calamares, pulpo, ensalada griega, cervecita alpha…Los
nuevos tripulantes: Nieves, Julen y Mª Jesús. Mucho más versados que yo en las
artes de la vela y el mar y con muchas más jornadas marineras a sus espaldas.
Con todo
solucionado de nuevo seguimos travesía hacia el sur: Cefalonia y de nuevo
Itaca, aunque esta vez con el sonido de la canción de Lluis Llach que Nieves
llevaba en su iphone, coreada a voz en grito por todos, Vathi de Itaca donde
bajamos a compra souvenirs y helados… Kefallonia, y de nuevo Zakynthos donde
por fin hicimos snorkel entrando y saliendo de las cuevas… Calas fabulosas,
navegación con vela, o con motor, más baños de ola, y cervecitas, y patatas y
gin-tonic y pistachos.
Y más noches con
baño alumbrados por una luna grande y redonda, y amarilla como un queso.
En una travesía
por la mañana el capi soltó el anzuelo y…pescamos un atún! Fue alucinante. La
habilidad con que Joseba recogía la cuerda, sacaba al pez del agua, lo mataba.
Más tarde cómo lo partían y separaban los lomos, las ventrescas…Y saborearlo
acompañado de cantidades enormes de cebolla pochada y tan bien cocinado por
Amaia…Otra aventura fabulosa.
Los últimos días
de mi viaje hicimos bajada a tierra en varios lugares: en la capital de Zakynthos
para comprar. Me hicieron gracia las jugueterías que mostraban su entrada con
un playmobil gigante. Y en la bahía de Pylos, donde fondeamos un par de noches.
Maravillosas aguas cristalinas, peces y algas, la luz de los atardeceres, la
luna llena…no me canso de repetirlo. Pero es que es un goce. Una mañana bajamos
para caminar rodeando una laguna, bañarnos en una playa de agua verde turquesa
como caribeña, y subir hasta unas cuevas naturales y las ruinas de un castillo.
La jornada fue espectacular. Desde arriba podían contemplarse el mar abierto,
la pequeña playa, las marismas, unas salinas abandonadas, el verdor de los
olivos, los restos de la muralla de piedra… Una gran variedad de escenarios en
uno solo. La subida fue dura por la hora: ya cascaba el sol. La bajada nos
regaló nubes y algo de brisa, y nos recompusimos. Con el baño posterior en el
mar como nuevos. Y comimos el fresquito y riquísimo atún. Alguien ha disfrutado
de mejores vacaciones?
En Pylos, pequeño
y encantador pueblito de mar, también se visita el castillo. Y es lo que hice
en mi última jornada en Grecia. El castillo merece la pena: muy bien conservado,
en un emplazamiento inmejorable, con vistas a la bahía, al mar abierto, a
acantilados de aguas oscuras…Con una mezquita en restauración, con buganvillas
trepando sus paredes…Con varias salas de exposiciones o videos…Y los pinos con
su verde olor y las cigarras con su cantar, que salieron a despedirme igual que
me dieron la bienvenida a tierras griegas.
No me gustan los viajes ni
las despedidas. Así que mejor breves. Dejé el Alisio y a su tripulación
preparados para comer. Mesa y compañía que disfruté y echo de menos. Que
tengáis una buena travesía y sigáis disfrutando de lo que mares y tierras
griegos, la navegación y el Alisio ofrecen a todos vuestros sentidos, que es
mucho. Y de la aventura, porque aunque la ruta sea repetida nunca la
experiencia, no en el mar.
Elena