Estambul – Bósforo y Mar Negro
Mañana VNLL
(ventosa, nubosa, lluviosa) para llegar a la ciudad más grande de Turquía (pero
no su capital) y la tercera de Europa con una población de casi 13 millones de
habitantes. Se veía grande, grande, grande desde las islas Príncipe que
abandonamos sorteando lo que creíamos eran muchos ferries. Poco después nos
daríamos cuenta del error de nuestra apreciación numérica, sin duda precipitada
al incorporarnos a la turbadora civilización después de tan relajados momentos
de travesía. El modelo más extendido de
estos ferries nada tenían que ver con los que hasta la fecha habíamos venido
viendo. La forma de los de ahora evocaban las líneas de barcos de otra época,
unas líneas que fácilmente nos trasladaban mentalmente a la película de La
Reina de África o de similares características.
Ansiosos
estábamos por vislumbrar las famosas mezquitas de Santa Sofía y la Azul, pero
el perfil que llegábamos a percibir se parecía más al de Nueva York que al de
una ciudad fundada en el 667 a.C.. Poco a poco se fueron definiendo las tan
esperadas siluetas, pero no será hasta dentro de un par de días cuando podremos
estar a sus pies y apreciarlas sus inmensidades. Nuestro objetivo para hoy era
subir por el Bósforo y llegar a la meta final: Navegar en el Mar Negro.
Cruzando
el canal y ascendiendo por su lado izquierdo, disfrutamos de la vista como
auténticos privilegiados alejados de cualquier masa turística. El capitán
pretende acercarse al puente Galata próximo al mercado de las especias. Será
misión imposible, la increíble densidad de ferries yendo y viniendo a toda
velocidad, impide toda aproximación y el sentido común y la poca cordura que
nos quedaba imponían una retirada a tiempo hacía la tranquila zona en la que
los “pequeños” cruceros que transportan miles de personas, se encuentran
atracados. Sin embargo durante el breve espacio en el que hemos intentando
acercarnos al Puente nos hemos sentido eufóricos cual primeros colonos que
arriban a la tierra que buscaban. Allí estábamos todos de pie en la bañera,
mirando para todos los lados intentando retener en nuestras retinas hasta el
más mínimo detalle de tan impresionante ciudad.
Esa situación de “alerta”, se mantendría a lo largo de la subida por el
Bósforo (17 millas). Vimos las magníficas
viviendas construidas a ras del agua, los palacetes de otras épocas algunos de los cuales se han reconvertido en
hoteles de lujo (por encima de 600 euros la noche – lo ibamos consultado en “intennete”
según pasábamos por delante de ellos), pasamos por debajo de los dos puentes
colgantes que permiten (soportando los interminables atascos) atravesar desde
Europa a Asia, apreciamos en toda su intensidad la. Todo un espectáculo.
Disfrutamos como enanos hasta el punto de prácticamente no darnos cuenta de que
para entonces la comida nos la habíamos saltado. Ya haríamos merienda cena.
Más
allá de la mitad de la longitud del Estrecho del Bósforo, la urbe empieza a
desaparecer sustituida por una inmensa arboleda que todo lo inundaba y que no
desmerecería a la de ningún bosque asturiano. Poco a poco, y esquivando a
algunos de los 55.000 buques mercantes que anualmente transitan por sus aguas,
seguimos subiendo hacía el Norte hasta la población de Poyraz, que se encuentra
justo en la entrada al Mar Negro. Nuestra meta se encuentra cada vez más cerca.
Aun así tendrá que seguir esperando, entramos en el puerto para sondear su
conveniencia para el fondeo de esa ya no tan lejana noche. Visto el lugar,
volvemos a salir al Estrecho y con rumbo decidido, nos dirigimos hacia el que
más que próximo Mar Negro. Y por fin tras una breve incursión os dejamos el
testimonio de nuestro, probablemente más que modesto logro para otros ojos
distintos a los nuestros, pero tan importante como si hubiéramos las más altas
cotas montañeras. El Alysio nunca había estado tan lejos de su casa. Por fin estábamos
navegando por el Mar Negro, al frente Ucrania, a babor, Bulgaría y Rumanía, a
estribor Georgia y Rusia. Que pasote, que sensación, igual que las olas que nos
recibieron y a las que ya nos habíamos desacostumbrado con nuestra sin
altibajos tranquila singladura. Ojala todos hubierais podido estar allí.
Pues
hala a disfrutar un rato, comprobar que el Mar Negro, es oscuro por su
profundidad pero no negro por el color de sus aguas y vuelta a Poyraz a dormir y mañana bajada hasta Estambul, final de nuestra travesía. Esta noche, también oiríamos al muecin de turno.
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