Domingo y ya completamente
descansadas de algún resto de agotamiento que nos pudiera haber quedado del viaje, así que nos levantamos pronto, aunque en seguida descubrimos que el título como el más madrugador de la tripulación lo tenía adjudicado Álvaro,
si bien Susana casi casi le podía quitar el primer puesto porque ella tampoco se
quedó atrás a lo largo de todo el viaje. Incluso yo me levanté temprano todos
los días, pero siempre por detrás de ellos, por supuesto. Sin embargo lo que más me asombró de mí misma fue que me
apeteciera darme cada día a las ocho, ocho y media de la mañana un chapuzón. Ése primer día
en Átokos fue un poco porque me animó Susana pero tengo que reconocer que en seguida le cogí el gusto y echaré de menos durante mucho tiempo ese baño en el mar al levantarme; cuando lo único que suena es el chirrido de
las cigarras y el sol todavía no calienta demasiado, meterse en el agua y nadar
en un espacio abierto, sin límites… creo que describir lo bien y libre que te
puedes sentir es algo imposible.
Susana y
Álvaro vuelven con la gomona de hacer una exploración en tierra y nos cuentan
que hay una capilla y una casa abandonadas y que merece la pena ir. Así que
como Susana había perdido sus gafas de sol decidimos acercarnos hasta allí con
Álvaro remando para intentar encontrarlas y de paso ver si realmente merecía la
pena la visita, como así fue sin ninguna duda. Llamaba la atención el abandono relativo de los
dos edificios porque a pesar de que era evidente que allí no vivía nadie, era
muy curioso el hecho de que parecía que quienes fueron sus
habitantes, por la cantidad de utensilios que habían dejado detrás de
ellos, hubieran marchado escapando de
algo, incluso la capilla conservaba una gran cantidad de ornamentos. Y más
asombroso todavía era el hecho de que nadie se hubiera llevado nada de todo
aquello, por supuesto no sé si en algún momento había habido alguna otra cosa
que tuviera más valor y que sí lo hubiera cogido alguien, pero por lo menos que
todo aquello que vimos en nuestra visita permaneciera allí no dejaba de sorprender.
Playa de Átokos. La casa y la capilla entre la vegetación |
Las gafas no las llegamos a encontrar, un misterio que quedará sin resolver porque parecía prácticamente imposible que en un espacio tan pequeño por el que se movió Susana no pudiéramos encontrarlas. Quedaremos con la duda para siempre, y quizás la única explicación posible podría ser que las encontraran los buzos que habían pasado la noche en la pequeña playa y que se marcharon mientras ella estuvo por allí. Y en este punto, sí que me gustaría hacer un pequeño inciso reivindicativo, porque lo mismo que estos ocupantes nocturnos de la playa dejaron bastantes rastros de haber estado allí como restos de una hoguera, algún envase y otros "restos humanos”, también era evidente que bastantes más personas habían hecho lo mismo, porque un paraíso como aquél no estaba precisamente todo lo limpio que se merecía y que debería estar, y por supuesto no cabe duda alguna de que algunas personas tienen muy poco respeto por las maravillas que la naturaleza nos ofrece.
Volvimos nuevamente al Alysio con la gomona ahora remando Begoña que había ido hasta la playa en su baño matutino, ya que Álvaro había vuelto nadando al velero, pero que nadie piense mal de él que por supuesto no nos había abandonado, con toda razón no se fiaba de nosotras para remar y sabía que si dependíamos de nuestra habilidad con los remos lo íbamos a tener muy complicado así que sabía que quedábamos en buenas manos con Begoña. De hecho llegamos a la conclusión de que necesitábamos un curso intensivo de remo porque sino no íbamos a llegar muy lejos sin ayuda. Eso sí, recomiendo a quien se quiera reír un rato y no sepa remar o haga tiempo que no practique, que lo intente, porque se lo puede pasar muy bien y hacer pasar un buen rato a quien le esté mirando.
Después del baño de todos los adictos al agua (es decir todos menos el capitán), y un estupendo desayuno reparador bajo la sombra del toldo en la bañera del barco (bimini para que veáis que nos integramos con el vocabulario marinero), soltar el cabo y levar el ancla y otra vez a navegar, esta vez el destino Agios Nikolaos o San Nicolás, nuevamente un paraíso, esta vez para comer y por supuesto baño para quien lo quisiera.
Agios Nicolaos o San Nicolás |
Y sin casi ni reposar, pusimos rumbo a algún sitio que nos gustara para fondear y descansar cuando llegara la noche, así encontramos una pequeña cala cuando ya estaba oscureciendo y a pesar de que a los más experimentados les sorprendió de nuevo que no hubiera ningún barco más, allí nos quedamos. Por supuesto Santxo y Begoña se encargaron de llevar el cabo a tierra en un baño nocturno que disfrutaron encantados.
Esta vez habíamos llegado a Sarakiniko, un sitio igualmente impresionante, no tan deshabitado como Átokos, pero no por ello dejó de gustarnos. Aquí había alguna casa que por su ubicación abrir las ventanas y ver la inmensidad del mar tenía que ser impresionante; también había un pequeño recodo donde había algunas embarcaciones, la mayoría de ellas varadas en la misma playa; y también entre la vegetación se veía alguna tienda de campaña.
Y aquí pasamos
otra noche igualmente relajada que la anterior, con la iluminación y compañía
de la luna llena reflejándose en el mar.
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